dissabte, 28 de febrer del 2015


Para excusar esa anexión se habla constantemente sobre el hecho de que Crimea pasó a formar parte de Ucrania en el año 1954, en virtud de un acto administrativo (decreto de la Presidencia del Parlamento Soviético, el Presídium del Soviet Supremo, a raíz de presentaciones de las respectivas Presidencias de la Federación Rusa y Ucrania). De este modo, se pretende hacer creer que la península fue parte de Ucrania solo durante 37 años (desde 1954 a 1991), y que una vez disuelta la URSS debía –supuestamente- restablecerse la justicia, puesto que Crimea siempre habría sido rusa.
Los hechos históricos, sin embargo, no confirman este postulado.

En épocas remotas la península fue habitada y dominada por diferentes pueblos, p.e., escitos, godos, la mayoría de los cuales no mantuvo continuidad hasta los tiempos modernos. Unos de los pobladores más antiguos eran griegos. En todo caso, si fuentes históricas mencionan la presencia ocasional o incursión de rusos, en aquel entonces sólo podían ser eslavos de Rus de Kíev, es decir, antepasados de los actuales ucranianos y, obviamente, no de Moscovia, que entonces ni siquiera existía como capital. Más tarde, a partir del siglo XIII se hizo mayoritaria y dominante la población túrquica y en los años 1478 a 1774 existió aquí el Kanato de Crimea, en estrecha unión con el Imperio Otomano, incluyendo en su dominio también los actuales territorios de Ucrania meridional.
    En 17.., bajo Catalina la Grande, el territorio de la actual Crimea fue anexionado por Rusia, que hizo todo lo posible para desplazar la población tártara de Crimea y sustituirla por inmigrantes de otras regiones del Imperio Ruso. A pesar de que se ofrecía todo tipo de ventajas a los pobladores rusos, a comienzos del siglo XX en la gubernia? de Jersón, que incluía la península de Crimea, los rusos seguían siendo minoría, mientras la mayoría la constituían los tártaros junto con los ucranianos.
Cuando se desintegró la Rusia imperial, en Crimea se formó una República Popular como estado nacional de tártaros de Crimea y sólo en 1921 se proclamó la República Socialista Soviética Autónoma de Crimea como parte de la Federación Rusa. Tenemos entonces que Crimea no fue más que durante 33 años parte integrante de Rusia. Y si se toma en cuenta que en 1941 a 1944 estuvo ocupada por los nazis esos 33 años se reducen aún más. Posteriormente, fueron deportados de la península los pueblos autóctonos: los tártaros, búlgaros, armenios y griegos; se cambió más de un 80 por ciento de topónimos para borrar toda reminiscencia de ellos. La república autónoma de Crimea fue degradada a una simple provincia administrativa. La población disminuyó casi a la mitad, no se cumplían los planes de producción en la industria, el rendimiento en la horticultura era de 2000 kg por hectárea contra 5500 kg en el año 1941. 8 años después de la guerra, en la península funcionaban solo tres tiendas de venta de productos de pan, 8 de leche, 18 de carne, 2 de telas…
No se ve mucho en el "período ruso" para recordar con gratitud.
Donde no faltaban inversiones eran en las bases militares, ni en su amplia infraestructura con personal numeroso. Estos son los que hasta ahora justifican la deportación de los tártaros y otros autóctonos, porque no dudan que todos eran traidores, como ha inculcado la propaganda sin cesar durante toda la época soviética y después. Y surge la pregunta lógica: traidores a qué: a Rusia? Al poder soviético? ……….?
También los ucranianos han sido tildados siempre de traidores potenciales , que ahora además se han vendido al Occidente.
La propaganda martilla las mismas consignan, evitando que la gente vea la realidad: ellos han entrado en esta tierra junto con los invasores, que se atribuían derechos como si tuvieran razones en la eternidad de la historia y que deportaba a las etnias que vivían en el lugar. De ahí nace el miedo inconsciente de que pueda llegar el día cuando otros pueblos reclamen sus derechos y tengan más razón para hacerlo. Es más simple verlos como traidores por su naturaleza o vendibles a intereses extranjeros. En el fondo, la potencia invasora hizo a los rusohablantes cómplices de sus crímenes, regalándoles las tierras y los bienes de los deportados, los convirtió en un pilar importante de su predominio, envenenando su conciencia con una ideología que los hacía creer, que por hablar ruso (a menudo ni siquiera correctamente) eran portadores de la liberación y del progreso y se mantenían inmunes a la cultura de las sociedades donde residían, que frente a la superioridad rusa que representaban, les parecía secundaria, poco importante, si no atrasada o reaccionaria.
Con la independencia de esos países, se desvaneció de pronto la ilusión de ser de mayor categoría y se convirtieron en una minoría numerosa que se negaba a reconciliarse con el hecho de que los ciudadanos de nuevos estados podían tener dentro de sus países los mismos derechos lingüísticos que anteriormente gozaban sólo ellos en todo el territorio de la Unión Soviética.



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