dissabte, 26 de març del 2022

Un „objectivisme“´inconcebible

L'"ara" va publicar una noticia dient que el ministre d'afers estrangers d'Ucraïna va denunciar la deportació ´d'evacuats de Mariúpol a l'interior de Rússia. Em va sorprendre com ho comentaven els lectors "objectius" del diari, n'eren una dotzena, tots escrivien en català i tots l'acusaven de divulgar propaganda antirussa. Que suposadament la gent agraïa el seu alliberament i el trasllat a un lloc més segur, que Ucraïna no ho era, que segurament havien estat hostigats pel batalló "nazi" Azov, que potser se sentien russos...  Tot això podria ser veritat, no n'hi ha proves convincents, tampoc el ministre ucraïnès tenia dades precises, però hom veu fets contundents que no permeten fer suposicions a favor dels "alliberadors", que són crims de guerra innegables. Els russos van bloquejar la ciutat amb centenars de milers d'habitants, impedint-ne la sortida i creant-hi una catàstrofe humanitària, van bombardejar-la indiscriminadament,   reduint a runes infraestructures civils, van treure gent fora del seu país. I no han aportat cap prova de la presència dels "nazis" de l'"Azov" ni a l'hospital ni al teatre bombardejats, ni tan sols van poder mostrar el seu maldit emblema "NI" que es veu com "SS".

I què dirien els autors de comentaris "objectius" si aquells catalans que se sentien espanyols, després de llur alliberament del "terror roig", fossin traslladats de Tarragona, diguem-ne, a Saragossa o Cáceres?

Vaig trobar aquells comentaris després de llegir el relat d'una sobrevivent de Mariúpol qui va poder sortir-ne per refugiar-se a prop d'Odessa, que també és sota perill, però més lluny de Rússia. Vull que el llegeixi com més gent com a una mostra de com "se sent rus" a Mariúpol. Està escrit en rus, la seva llengua nativa i usual, i n'he fet una traducció al castellà, així es veu millor el paral·lelisme entre les relacions Ucraïna-Rússia i Catalunya-Espanya.

Nadezhda Sukhorukova

 

SOBREVIVIR EN MARIUPOL

Crónicas de tiempos inhumanos

En el sótano, soñaba. Especialmente en los últimos días antes de huir. Estaba sentada en una vieja silla, escuchando el rugido del avión, e imaginaba que iba a suceder un milagro. La bomba que el piloto ruso lanzó volaría de regreso al avión. Explotaría en el aire y se desmoronaría sobre el mar.

En los últimos días, me convertí en una sustancia congelada e indiferente. El único sentimiento que me llenaba hasta el borde era el sentimiento de miedo animal. Estaba condenada. ¿Quieres saber cómo sobreviví al bombardeo? Yo, una adulta, durante los bombardeos tomaba la mano de mi madre y me acurrucaba hacia ella, como en mi infancia, cuando quería esconderme después de un terrible cuento de hadas.

Mi vida se había convertido en una pesadilla. La vida de mi ciudad se habia convertido en un infierno. Había héroes por todas partes. Estaba débil y agotada: luchaba contra ataques de pánico y me consideraba culpable de todo. Tenía miedo de admitir frente a los demás que tenía miedo. Y quería ser útil a alguien.

Una semana antes, Natasha vino a mí. Mi colega. Con su marido y su hijo habían caminado por la ciudad haciendo videos. Para mostrar a todos esta pesadilla. Le pregunté: "¿Qué debo hacer?", Me dijo: "Sobrevive, Nadia. Necesitamos sobrevivir". "Le pregunté: '¿Cómo ayudo a la ciudad?' y ella dijo: 'No lo sé'.

Los tres fueron a la unidad de cuidados intensivos de niños, donde los médicos permanecían todo el día, tomaron los teléfonos de sus seres queridos y les enviaron mensajes durante las raras sesiones de comunicación. Les informaron que todos estaban vivos y bien.

Luego dos minas volaron contra su apartamento y mataron a su esposo. Fue la primera muerte cerca de nosotros. Hace apenas un día habíamos visto a un hombre. Vivo. Sano y fuerte. Tranquilo y confiado en que viviría mucho tiempo. Y ahora se ha ido. Solo porque algún monstruo disparó contra un edificio de apartamentos.

En la víspera de nuestra partida, bombardearon sin parar. Pensamos en cómo irnos. Teníamos un coche fantasmal. Nueve personas y un perro para sacar. Y un mínimo de posibilidades de llegar al garaje. Estaba en las inmediaciones de la escuela, y allí golpeaban con todo tipo de armas. Los ocupantes no se hacían los modestos para nada. Escogían un área en la superficie y la machacaban hasta convertirla en ruinas.

Daban contra un mismo edificio de varios pisos docenas de veces. Juro que nuestros militares nunca estuvieron allí. Ni uno solo. Allí vivían personas pacíficas que esperaban que el bombardeo terminara y pudieran salir a tomar agua o cocinar comida sobre el fuego. Estos edificios recibieran una docena de impactos. Los rusos estaban golpeando con fuerza ciega. Escuchábamos estos sonidos desde el sótano y jadeábamos de horror. Parecían bofetadas. Era como si un enorme látigo estuviera siendo azotado a través de las casas.

Los sonidos de la guerra tocaban una sinfonía de la muerte. Primero, el crujir de los enormes dientes del gigante y los golpes de hierro en el techo. Creo que esto fue solo un calentamiento. Alguien se estaba preparando para la actuación. Luego venía la melodía de los lanzacohetes Grad. Temblaba el suelo y tiritaban las paredes. Enormes asesinos ciegos volaron a través de nosotros. No podíamos entender en qué dirección. Había gente por todas partes. Para algunos de ellos, esta música fue la última. Para mí, lo más aterrador era el zumbido de los aviones. Nunca los he visto. Tal vez si los viera, no les tendría miedo. Me cubría la cabeza con una almohada y soñaba con quedar sorda de un fuerte golpe en el suelo. El suelo se doblaba y el avión estaba tomando una segunda vuelta y volvíamos a morir, hasta la siguiente explosión.

Y el 15 de marzo, el cumpleaños de mi hijo, sollocé en el portal porque no podía felicitarlo ni hablar con él. Qué cosa tan ridícula. Sollocé no por el hecho de que la gente estaba siendo bombardeada constantemente, no porque la gente estuviera muriendo, no porque el mañana no llegara, sollocé por no poder hablar por teléfono con mi hijo.

Y sucedió un pequeño milagro. Justo en el portal hubo conexión. Mis vecinos del sótano se dijeron entre sí que el proveedor Kyivstar había sido bombardeado, pero uno de los empleados enciende periódicamente el generador y lo llena con gasolina para que la gente pueda hablar durante al menos un minuto y enterarse de las noticias. Y aunque era imposible conectarse con nadie en Mariupol, podíamos informar a nuestros familiares en otras ciudades sobre nosotros mismos. Gracias a una persona desconocida que daba la oportunidad a los residentes de Mariupol una vez al día para decir a las personas que se volvían locas por no tener noticias, una sola palabra: "estoy vivo".

Fue el 15 de marzo que escuchamos nuevos sonidos de la sinfonía de la muerte. Eran diferentes a cualquiera que hubiera sonado antes. Dos fuertes y poderosas explosiones. Todo en el interior se puso patas arriba por ellos, la cabeza se volvió enorme y vacía, las paredes del sótano vibraron durante algún tiempo. Decidí que era un arma de destrucción masiva. Y pensé con horror qué vería cuando saliera.

Luego la gente de un pueblo cerca de Mariupol nos contó que los buques de guerra rusos estaban disparando contra la ciudad. Nos mataban desde la tierra, desde el aire y desde el mar. Nos mataban desde todas partes. Mi ciudad consecuentemente era reducida a escombros.

Salíamos a la superficie cada vez menos. Y el penúltimo día, antes del toque de queda, nos vino a ver Liosha. Comenzó a beber mucho después de ir a ver a sus hijos en la ribera izquierda. Cuando regresó de allí, estaba segura de que él no sentía miedo. Pero a la entrada del sótano, contó cómo se tiraba al suelo cuando llegaban las minas. "No escuchaba el ruido, pero las veía explotar". Entonces le confesé que estaba muy asustada. Me dijo: "¿Me lo estás diciendo a mí?", Me alegré de que no fuera un héroe, de que fuera una persona común, de que también tuviera miedo. Simplemente no lo deja ver. Aun ahora está en Mariupol. Sentado en el sótano de nuestro edificio de nueve pisos. No puede irse hasta que encuentre a los niños.

Ahora estoy en Chernomorsk, cerca de Odessa. Donde mi hijo. Fue muy difícil irse. Y ni siquiera porque nos bombardeaban y estábamos conduciendo un coche roto, sin cristales y con agujeros de proyectiles. Todos estábamos en shock. Todos en el coche estábamos rezando por llegar al destino sin que nos mataran los proyectiles. Nos detenían los militares rusos y nos hacían todo tipo de preguntas. Todos sonaban como bullying. Por ejemplo, ¿no tienen frío sus hijos en un coche con cristales rotos? Cierren las ventanillas, que los niños no se vayan a resfriar. Qué bestias más cariñosas. Bombardearon las casas, lanzaron misiles contra áreas residenciales, refugios antiaéreos con mujeres y niños, y ahora se preocupan porque los críos de Mariupol no tengan rinitis. Todo dentro de mí se revolvía como si me estuvieran disparando.

Hubo un tiempo que pensé que si escribía, todo cambiaría. Pero, desafortunadamente, nadie todavía saca a la gente de Mariupol, nadie cierra el cielo y no declara un régimen de alto el fuego. No entiendo contra quién están luchando los rusos. ¿Contra mujeres y niños? ¿Por qué matan a civiles? ¿Por qué están convirtiendo la ciudad en ruinas? Estoy desesperada. En Mariupol, miles de personas están sufriendo desastres y muriendo. Por favor, ayúdenlos a sobrevivir.

 

       

 

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